domingo, 23 de diciembre de 2012

En cada pueblo había un tonto que causaba la risa de todos



Que envidia ser de un pueblo, que sientas nostalgia, en el que viviste tu niñez del que tienes tantos recuerdos de tu infancia, no se si será envidia de no estar allí entre ellos; al cabo del tiempo, regreso a mi pueblo natal, pretendiendo recordar lo más viejo que hay en mí, mi tierra, mi infancia que me queda de un pueblo.
Aquellos pueblos que se han modernizado de forma rápida, muy rápidamente llegó todo sin esperarlo: las calles pavimentadas, iluminación, coches en las aceras, semáforos, las fuentes públicas, eliminaron los abrevaderos del ganado.
Total que aquel ya no es mi pueblo, que me lo han cambiado por fortuna, para bien de sus ocupantes que hoy disponen de hijos que nunca llegaron a soñar, pues hay de todo: consultorios, médicos, compras de revistas y no verse aislado de la civilización.
He tenido la tentación de en algún viajes de los que hago, contemplar lo que fue y lo que es mi pueblo, bonito, moderno, cosa que me alegra por el bien de todos mis paisanos y sin embargo aquel pueblos de chavales marco con toda probabilidad a unas cuantas generaciones; las de aquellos que hoy apenas nos atrevemos a asomarnos de vez en cuando, temerosos de que ni nos acordemos del nombre de quienes fueron al colegio. Sus calles cambiaron de nombre, sus moradores cambiaron de costumbres que para mi es una alegría que comparto con ellos.
Todo lo que sea mejor es importante por el bien de todos, pero todas aquellas costumbres ya son historia, por el bien de todo. Cuando era niño en cada pueblo había un tonto que causaba la risa de todos, me acuerdo una vez que murió el tonto de turno y Almuñércar nos prestó uno, en aquella época un pueblo no podía estar sin tonto  y ya le pusimos  el nombre, porque cuando veía a un perro lo apedreaba; le pusimos “mataperros”, con un poco de cada cosa.

Manuel Palomares

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