jueves, 9 de mayo de 2013

“Caminando por la huella de nuestra memoria”


“Caminando por la huella de nuestra memoria”
 
Llevo Motril en mi alma
y nunca lo olvidaré
lo añoro y siempre lo añoro.
No importa la distancia
si se quiere de verdad,
la tierra donde uno nace
nunca se puede olvidar.
¡Aquel día  que en el tren me fui alejando!
Lo que más quería atrás se iba quedando.
 
Hoy vuelvo a mi tierra, me gusta recorrer sus calles y plazas, me quedé asombrado al ver el Camino de las Cañas que para mí está muy bonito; pero, no es el Camino de las Cañas que llevo en mi mente. Tanto jugué en esa calle que era mi calle, allí nací y la llevo dentro de mi alma. Era la carretera de Granada, en ella aprendí todos los juegos de mi niñez, a colgarme de los coches para coger cañas como muchos niños. ¡Esta no es mi calle! ¡Que me la han cambiado! La calle que tanto quería, fue mi cuna, allí tenía la escuela, mis amigos… lo recuerdo con tanta nostalgia, que este no es el “Camino de las Cañas”.
 
A un hombre de Motril  le llamaban el “Correillo”, embustero como él solo, nadie le creía nada, un día se presentó en el Centro de Cazadores y contó lo que sigue: Yo venía de Vélez y me encontré con una banda de gorriones que tapaba el Sol, eché mano a la escopeta y no tenía perdigones; pero no me turbé, metí la vaqueta en el cañón con su pólvora correspondiente y disparé. Me puse a recoger gorriones y llené los serones más dos sacos. Todos lo miraban con cara de asombrados, sabían que era mentira pero como lo decía tan serio nadie lo ponía en duda y siempre igual, cosa de motrileños.
 
A un barbero motrileño le decían “Marquesito” por su forma de vestir, era elegante; los domingos se dedicaba a ir  por los cortijos con su máquina de fotografiar y con acento extranjero reunía a la familia cortijera para hacerle una foto, que es lo que menos hacía: “Y ya se la mandaré”. De paso lo invitaban a comer que era lo que él buscaba; así pasaba los domingos. Una vez llegó a la playa un domingo por la tarde, con la playa llena de gente, sacó una llave de bolsillo, abrió  su caseta que no existía, cerro la caseta, se desnudo y toda la gente lo miraba y él tan tranquilo. Cerró la caseta y a una pareja que lo miraba, con mucha cara le dice: Tome la llave por si su novia quiere bañarse. Con todas estas historias se puede escribir la historia de un pueblo, Motril tiene muchas.
Había un gitano que le decían el “Puyo”, sin herramientas, con un martillo y unos alicates pregonaba: Se arreglan cacicos, sartenes, romanas y se atirantan colchonetas. Para ello se necesitan diez o doce años de aprendizaje y no los tenía.
 
En el día de San Antonio todos los chavales, a cinco céntimos juntábamos un duro y nos marchábamos a la calle de las Cruces  a disfrutar; nos llenaban los bolsillos de cacahuetes y garbanzos tostados. Aquello era maravilloso, lo que disfrutábamos, pero de todo hay en la vida, yo tenía un amigo que le dice el padre: Toma un duro, y el le dice: Papa si tengo el del año pasado. Ya podéis pensar lo derrochador que era.
 
Antes de la Guerra había unas costumbres muy familiares, era bonito ir toda la familia al cortijo del Conde a comer naranjas, los niños decíamos: Vete al Cortijo del Conde que te pelen y que te monden, que te corten las orejas y que te pongan otras nuevas.
            Los primeros tocadiscos que llegaron a Motril los ponían en los bares, yo era muy niño, habían algunos que miraban por el altavoz pues creían que estaba el cantaor dentro; era muy gracioso ver la caras de asombro de aquellos hombres, de admiración por lo que sentían, no se lo podían creer y así era todo en aquellos tiempos
 
La calle Catalanes tenía una barbería y un barbero que se llamaba Mora, aficionado a los toros, le hacían creer que sabía torear. En Motril se celebraban corridas nocturnas con vacas y toreaban paisanos. Convencieron al tal Mora para torear y le dijeron que se pusiera delante del chiquero que le echarían un marrano para que la gente se riera; él lo hizo, pero tal fue la sorpresa que se abrió la puerta del chiquero y salió una vaca con unos cuernos grandísimos, la  vaca lo revolcó, lo dejó encueros y entonces fue la risa, aunque para él no fue así, cosas de motrileños.
 
   
Que bonico está mi pueblo
con sus fiestas patronales
que bonicas son las fiestas,
todo el pueblo las añora
pues llega cada año
el Día de la Patrona.
 
Había un mudo en Motril que era carretero y se dedicaba a construir carros, además era un buen ciclista, con la bicicleta hacía lo que quería; pero era presumido. Un domingo por la tarde con su traje blanco y su bicicleta, cuando más gente había, en el Puerto existían unos trampalanes  que hoy no están; cogía la bicicleta y motaba a mucha velocidad, al llegar a diez centímetros del final frenaba y quedaba parada la gente, aplaudiendo. Él se ponía orgulloso, cuando se cansó puso la bicicleta a un lado y tres o cuatro amigos le quitaron los tacos de los frenos y le dijeron que ellos no lo habían visto hacerlo; el mudo, muy animado, cogió la bicicleta montó y hecho a correr, al frenar no pudo y  catapún, de cabeza al agua con su traje blanco. Si el mudo se entera quién fue lo mata, cosas de motrileños.
 
Aquellos tiempos cuando se cortaban las cañas, las cuadrillas de mujeres, hombres y niños  que hacían las faenas  que nadie quería hacer. Ver a las mujeres con todo el cuerpo tapado, solo se le veía los ojos, había una de ellas que solo repartía agua a los demás, se llamaba la aguadora con su cántaro y jarro de lata con pinchas en el caño para que nadie pudiera mamar. Pues el agua era lo único que abundaba, la comida… lo único que abundaba era el buen humor, reír y cantar era lo suyo. Recuerdo aquellas coplas que decían:
- Cuando las ranas canten al sol, se pone el capataz de monda que cara pone.
- Tenemos capataz que no lo merecemos que nos echa con la Luna porque con el               Sol nos vemos.
 
Tampoco se puede olvidar ir a la playa por las mañanas y poder ver aquellos pescadores curtidos por el Sol y las brisas marineras; en sus rostros reflejaban el cansancio y la mala vida que tenía siempre lo mismo. Preparaban sus redes y al agua, con la esperanza de Dios, unas veces tenían suerte y otras no; pero ellos volvían día tras día con más o menos suerte, siempre con lo suyo que era pescar.
 
Un médico de Motril que era labrador y siempre con su capataz hablaba de las cosas del campo, un día llegó un enfermo a su consulta y como solo pensaba en las cosas del campo al enfermo le recetó: “Seis cargas de estiércol”. ¡Era lo que pensaba!
 
            ¡Don Manuel Manzano López, maestro! Tuve cuando era niño un maestro que no podré olvidar, por su constante afán de enseñar a sus discípulos lo que sabía, unos dicen que era muy malo, yo jamás lo diré pues para mi y mucho más fue un ejemplo de un ser que nació para enseñar y así lo hizo. Jamás se cansó de hacer su labor. De aquella escuela salieron muy buenos alumnos que sin tener carrera desempeñaron grandes puestos de trabajo en la sociedad en que vivimos; pero llegó la Guerra Civil y este hombre fue detenido y maltratado, obligado a trabajar en trabajos duros y todos los que fuimos sus alumnos lo veíamos hacer cosas que él no estaba acostumbrado. Yo por mi parte sufría porque veía en aquel hombre un ser diferente a los demás, para mí era un “Dios” al que respetaba. Unos cuantos alumnos empezamos a recoger firmas por si podíamos salvarle la vida, pero fue imposible, al final lo fusilaron; aquello fue para mi un mazazo, era un hombre, un honrado profesional, su misión era repartir cultura, por todo eso los caciques del pueblo no le interesaban, solo querían analfabetos para ellos poder explotarlos a su antojo, para llevarnos a sus campos y ponernos delante de un capataz que solo le faltaba pegarnos  y a veces también lo hacían.
 
Los tiempos de mi niñez eran unos tiempos malos, no conocí más que miseria y más miseria, aquello  no era vivir, creí que la vida era así; hasta que fui creciendo y me iba dando cuenta que eso no podía ser de esa manera, que unos tuvieran tanto y otros tampoco. Lo único que queríamos era poder vivir, solo teníamos el trabajo y mal pagado.
Cuando menos lo pensábamos, por unas elecciones vino la República y parecía que la vida empezó a mejorar, se pasaron cuatro años, vino la Guerra Civil y España fue el caos, todo eran odios, venganzas, abusos de poder, fusilamientos, cárceles; cualquiera era bueno para pegarte dos hostias y a la cárcel. Pasamos tres años horrorosos, pero cuando acabó la guerra fue peor. Empezaron a seleccionar a su gusto, este me dijo, este no me es simpático, unos a la cárcel, otros a fusilarlos; así vivimos unos años de miedo que para nosotros quedaron. No solo era eso, el hambre que pasamos mientras otros tiraban la comida y nos tenían trabajando por lo que nos querían dar y si protestabas te decían: eso es lo que hay…
 
 
            La plaza de España donde niños de nueve a diez años acudíamos a pedir trabajo, allí nos juntábamos cincuenta que por muy bien que marchara la cosa y con suerte cogían a la mitad, luego nos engañaban, si te decía tres pesetas te daban dos y no podíamos reclamar nada y si protestabas al día siguiente no te daban trabajo; entonces te marchabas a hacer lo de diario, que era apedrear perros por decir algo y a bañarse en nuestras piscinas públicas como era el puente de Salobreña y el Hoyo del Cenador, la Matraquilla y cosas por el estilo. A esto le tengo que agregar que los guardias te quitaban la ropa y nuestras madres tenían que ir a casa del guardia a pedir que se la devolvieran. Pero yo era un niño que sabía un poco más de la cuenta, porque hay un refrán que dice que: “Sabe más un necesitado que cien abogados”. Vivía cerca de la acequia, dejaba la ropa en casa, me ponía la mano en la pirula y al baño sin miedo a quedarme encueros, pues ya lo estaba. Era un niño que no sabía leer ni escribir, cuando fui un poco mayor comprendí que tener cultura era muy importante, entonces en vez de jugar  empecé a asistir a la escuela nocturna y lo que aprendí me sirvió para aprender un oficio que con el saqué a mi familia y situarla en la vida, por eso pido a todos que tengáis en cuenta que la vida no pasa dos veces; este que lo dice es un hombre que tiene setenta y un año.
 
            En cada pueblo había un tonto que causaba la risa de todos, una vez murió el tonto de turno y Almuñécar nos prestó uno, en aquella época un pueblo no podía estar sin tonto; ya le pusimos el nombre, cuando veía a un perro lo apedreaba, le pusimos “mataperros” con un poco de cada cosa.
 
 
            Las Semanas Santas de Motril eran maravillosas, ver la Judea con aquellas lanzas y picas, aquella seriedad, con su capitán al frente de los judíos; como marchaban, y cuando Simón se lanzaba desde el balcón. San Juanico se perdía de la procesión y los niños le decíamos: San Juanico está en la taberna bebiéndose un pesetero. Allá corrían en su búsqueda. Una vez que la Judea ensayaba en un local, una vecina denunció que había mucho jaleo y no podían dormir; vino la Guardia Civil y les dijo que pasaran, un judío le contestó: Que el capitán de la Guardia Civil no era quién, que ellos también tenían un capitán que era el único que podía pararlos. Los niños cantábamos: Pica “Pichabarro” que viene Jesús.
 
            La procesión de San Sebastian era un delirio, todos los niños tirábamos piedras y tronchas de coles, una vez al cura le partieron la cabeza de una pedrada, cantábamos coplas como esta:
 
San Sebastián sin calzones
 
que lo cambió por piñones,
 
San Sebastián sin chaleco
 
que lo cambió por higos secos,
 
San Sebastián sin camisa
 
que lo cambió por longaniza.
 
             A la romería a San Cayetano unos iban andando, a patica coja, otros de rodillas, otras mudas; cualquiera era buena para hacer una manda. Luego allí cada uno hacía de las suyas, se emborrachaban, se peleaban y lo más bonito es que todos revueltos hombres y mujeres dormían juntos en la iglesia. A media noche algún borracho tocaba a una mujer y otro le decía: ¿Qué haces burro a mi mujer? ¡Si esta es la mía! Y se armaba el lío. Aquello era bonito como todas las cosas de los motrileños.
 
            En Motril siempre hubo poco acuerdo entre labradores del campo y labradores de secano, cuando llovía los del campo se conformaban, lo secaneros decían que llovía poco y así siempre estaban discutiendo; pero una vez llovió más de la cuenta y salieron las ramblas y por desgracia un secanero se ahogó, estaba en la rambla de Las Brujas con el vientre hinchado y pasó un motrileño que era labrador del campo y le tocó el vientre, y va y le dice: "Por fin he visto un secanero harto de agua".
 
           
            Cerca del mercado había una tienda de comestibles que se llamaba Romualdo, tenía en la puerta de la calle una bacalá colgada de muestra, llegó un gracioso con el siete de bastos y se llevó la bacalá y en su lugar puso el siete de bastos; en ese momento salió el dueño y le dice: ¿Qué haces ladrón?  Y le responde: “Nada como el siete quita la muestra, eso es lo que hago”.
 
Aquellos hombres y mujeres que venían explicando un crimen de una joven deshonrada por un señorito, se ponían en las plazas o calles con un cártel donde tenían fotos de tal suceso; si era deshonra o crimen, el hombre con una barita señalaba a la joven deshonrada.
            Todas las mujeres se agolpaban  y hacían un coro todas con lagrimas en los ojos que parecían “Magdalenas”, empieza la tragedia señores y señoras esto que les digo es pura verdad, un señorito engaña a la criada con falsas mentiras, ella inocente se entrega a él, la deshonra y la abandona; el padre de ella la hecha de su casa y se ve perdida. (las mujeres que allí estaban lloraban y lloraban sin parar). Aconsejándole a sus hijas que tuvieran cuidado con los señoritos y cantaban la canción que decía:
                       
            Era una joven linda y hermosa, era más bella que el Sol de abril, hacía el servicio de cocinera en comercio de gran postín, el señorito hijo del dueño que de la joven se enamoró. Siempre jurándole con delirio que la quería de corazón. La joven que era inocente viendo que tanto le juraba se entregó a sus pretensiones y después de deshonrarla la deja abandonada; la joven está medio loca, quiere vengarse de su dolor. Él la cita con una carta, a la cita pronto acudió, el señorito que se creía que iba a pasar un rato de amor, ella sacó un cuchillo y en su pecho se lo clavó. La joven marchó a presidio por el delito que cometió pero estando en el calabozo ella cantaba esta canción: Muchachas que me escucháis nos os dejéis engañar que el lujo trae muchos casos y yo misma por el lujo mirad donde fui a parar, cumpliendo condena ya.
            Mi madre y mis vecinas no sabían leer y yo tenía que leerles cada día las canciones a todas las vecinas.
  
 
 
Ni Málaga, ni Granada,
 
Barcelona o Madrid,
 
no tienen tanta importancia
 
como para mí Motril.
 
Me llenan sus costumbres
 
me llena su verde campo
 
será por esos detalles
 
que  la quiero tanto
 
 
Que envidia ser de un pueblo, sientes nostalgia, en el  viviste tu niñez de la que tienes tantos recuerdos; no se si será envidia de no estar allí entre ellos. Al cabo del tiempo vuelvo pretendiendo recordar lo más viejo que hay en mí, mi tierra, mi infancia, ¿Que me queda de mi pueblo?
A aquellos pueblos que se han modernizado de forma rápida, llegó todo sin esperarlo. Las calles pavimentadas, iluminación, coches en las aceras, semáforos, las fuentes públicas, eliminaron los abrevaderos del ganado. Total que aquel ya no es mi pueblo, que me lo han cambiado por fortuna, para bien de sus ocupantes que hoy disponen de hijos que nunca llegaron a soñar que tendríamos de todo: consultorios, médicos, revistas… y sobre todo no verse aislado de la civilización.
He tenido la tentación en algún viaje de los que hago, contemplar lo que fue y lo que es mi pueblo: bonito, moderno… Cosa que me alegra por el bien de todos mis paisanos y sin embargo aquel pueblo de chavales marco con toda probabilidad a unas cuantas generaciones, las de aquellos que hoy apenas nos atrevemos a asomarnos de vez en cuando temerosos de que ni nos acordemos del nombre de quienes fueron al colegio. Sus calles cambiaron de nombre, sus moradores cambiaron de costumbres, para mi es una alegría que comparto con ellos. Todo lo que sea mejor es importante, aquellas costumbres ya son historia, ¡Por el bien de todos!
 
 Manuel Palomares Martín