Había un
hombre en Motril que le llamaban el “Correillo”, embustero como él solo, nadie
le creía nada, un día se presentó en el Centro de Cazadores y contó lo que
sigue: Yo venía de Vélez y me encontré con una banda de gorriones que tapaba el
Sol, echó mano a la escopeta y no tenía perdigones; pero no me turbé, metí la
vaqueta en el cañón su pólvora correspondiente y disparé. Me puse a recoger
gorriones y llené los serones más dos sacos. Todos lo miraban con cara de
asombrados, sabían que era mentira pero como lo decía tan serio nadie lo ponía
en duda y siempre igual, cosa de motrileños.
Había un
barbero en Motril que le decían “Marquesito” por su forma de vestir, era
elegante; los domingos se dedicaba a ir
por los cortijos con su máquina de fotografiar y con acento extranjero,
reunía a la familia cortijera para hacerle una foto que es lo que menos hacía:
“Y ya se la mandaré”. De paso lo invitaban a comer que era lo que el buscaba;
así pasaba los domingos. Una vez llegó a la playa un domingo por la tarde, con
la playa llena de gente, sacó una llave de bolsillo, abrió su caseta que no existía, cerro la caseta, se
desnudo y toda la gente lo miraba y él tan tranquilo. Cerro la caseta y a una
pareja que lo miraba, con mucha cara le dice: Tome la llave por si su novia
quiere bañarse. Con todas estas historias se puede escribir la historia de un
pueblo, Motril tiene muchas.
Había un
gitano en Motril que le decían el “Puyo”, sin herramientas con un martillo y
unos alicates, pregonaba: Se arreglan cacicos, sartenes, romanas y se atirantan
colchonetas. Para ello se necesitan diez o doce años de aprendizaje y no los
tenía.
En el día de
San Antonio todos los chavales a cinco céntimos juntábamos un duro y nos
marchábamos a la calle de las Cruces ya disfrutar, nos llenaban los bolsillos
de cacahuetes y garbanzos tostados. Aquello era maravilloso, lo que
disfrutábamos, pero de todo hay en la vida, yo tenía un amigo que le dice el
padre: Toma un duro, Y el le dice: Papa si tengo el del año pasado. Ya podéis
pensar lo derrochador que era.
Antes de la
Guerra había unas costumbres muy familiares, era bonito ir toda la familia al
cortijo del Conde a comer naranjas, los niños decíamos: Vete al Cortijo del
Conde que te pelen y que te monden, que te corten las orejas y que te pongan otras
nuevas.
Los primeros
tocadiscos que llegaron a Motril los ponían en los bares, yo era muy niño,
habían algunos que miraban por el altavoz pues creían que estaba el cantaor
dentro; era muy gracioso ver la caras de asombro de aquellos hombres, de admiración
por lo que sentían, no se lo podían creer y así era todo en aquellos tiempos.
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