Recuero aquella plaza de España
donde niños de nueve a diez años acudíamos a pedir trabajo, allí nos juntábamos
cincuenta que por muy bien que marchar la cosa y con suerte cogían la mitad,
luego nos engañaban, si te decía tres pesetas te daban dos y no podíamos
reclamar nada y si protestabas al día siguiente no te daban trabajo; entonces
te marchabas a hacer lo de diario que era apedrear perros por decir algo y a
bañarse en nuestras piscinas públicas como era el puente de Salobreña y el Hoyo
del Cenador, la Matraquilla y cosas por el estilo. A esto le tengo que agregar
que los guardias te quitaban la ropa y nuestras madres tenían que ir a casa del
guardia a pedir que se la devolvieran.
Pero
yo era un niño que sabía un poco más de la cuenta, porque hay un refrán que
dice que: Sabe más un necesitado que cien abogados. Vivía cerca de la acequia,
dejaba la ropa en casa, me ponía la mano en la pirula y al baño sin miedo a
quedarme encueros, pues ya lo estaba.
Era
un niño que no sabía leer ni escribir, cuando fui un poco mayor comprendí que tener
cultura era muy importante, entonces en vez de jugar empecé a asistir a la escuela nocturna y lo
que aprendí me sirvió para aprender un oficio que con el saqué a mi familia y
situarla en la vida, por eso pido a todos que tengáis en cuenta que la vida no
pasa dos veces; este que lo dice es un hombre que tiene setenta y un año
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