“Caminando por la huella de nuestra memoria”
Llevo Motril en
mi alma
y nunca lo olvidaré
lo añoro y siempre lo añoro.
No importa la distancia
si se quiere de verdad,
la tierra donde uno nace
nunca se puede olvidar.
y nunca lo olvidaré
lo añoro y siempre lo añoro.
No importa la distancia
si se quiere de verdad,
la tierra donde uno nace
nunca se puede olvidar.
¡Aquel día que en
el tren me fui alejando!
Lo que más quería atrás se iba quedando.
Lo que más quería atrás se iba quedando.
Hoy vuelvo a mi tierra, me gusta
recorrer sus calles y plazas, me quedé asombrado al ver el Camino de las
Cañas que para mí está muy bonito; pero, no es el Camino de las Cañas que llevo
en mi mente. Tanto jugué en esa calle que era mi calle, allí nací y la llevo
dentro de mi alma. Era la carretera de Granada, en ella aprendí todos los
juegos de mi niñez, a colgarme de los coches para coger cañas como muchos
niños. ¡Esta no es mi calle! ¡Que me la han cambiado! La calle que tanto
quería, fue mi cuna, allí tenía la escuela, mis amigos… lo recuerdo con tanta
nostalgia, que este no es el “Camino de
las Cañas”.
A un hombre de Motril le llamaban el “Correillo”, embustero como
él solo, nadie le creía nada, un día se presentó en el Centro de Cazadores y
contó lo que sigue: Yo venía de Vélez y me encontré con una banda de gorriones
que tapaba el Sol, eché mano a la escopeta y no tenía perdigones; pero no me
turbé, metí la vaqueta en el cañón con su pólvora correspondiente y disparé. Me
puse a recoger gorriones y llené los serones más dos sacos. Todos lo miraban
con cara de asombrados, sabían que era mentira pero como lo decía tan serio
nadie lo ponía en duda y siempre igual, cosa de motrileños.
A un barbero motrileño le decían
“Marquesito” por su forma de vestir, era elegante; los domingos se dedicaba
a ir por los cortijos con su máquina de
fotografiar y con acento extranjero reunía a la familia cortijera para hacerle
una foto, que es lo que menos hacía: “Y
ya se la mandaré”. De paso lo invitaban a comer que era lo que él buscaba;
así pasaba los domingos. Una vez llegó a la playa un domingo por la tarde, con
la playa llena de gente, sacó una llave de bolsillo, abrió su caseta que no existía, cerro la caseta, se
desnudo y toda la gente lo miraba y él tan tranquilo. Cerró la caseta y a una
pareja que lo miraba, con mucha cara le dice: Tome la llave por si su novia
quiere bañarse. Con todas estas historias se puede escribir la historia de un
pueblo, Motril tiene muchas.
Había un gitano que le decían el
“Puyo”, sin herramientas, con un martillo y unos alicates pregonaba: Se
arreglan cacicos, sartenes, romanas y se atirantan colchonetas. Para ello se
necesitan diez o doce años de aprendizaje y no los tenía.
En el día de San Antonio todos los
chavales, a cinco céntimos juntábamos un
duro y nos marchábamos a la calle de las Cruces a disfrutar; nos llenaban los bolsillos de
cacahuetes y garbanzos tostados. Aquello era maravilloso, lo que disfrutábamos,
pero de todo hay en la vida, yo tenía un amigo que le dice el padre: Toma un
duro, y el le dice: Papa si tengo el del año pasado. Ya podéis pensar lo
derrochador que era.
Antes de la Guerra había unas costumbres muy familiares, era
bonito ir toda la familia al cortijo del Conde a comer naranjas, los niños
decíamos: Vete al Cortijo del Conde que
te pelen y que te monden, que te corten las orejas y que te pongan otras
nuevas.
Los
primeros tocadiscos que llegaron a Motril los ponían en los bares, yo era muy
niño, habían algunos que miraban por el altavoz pues creían que estaba el
cantaor dentro; era muy gracioso ver la caras de asombro de aquellos hombres,
de admiración por lo que sentían, no se lo podían creer y así era todo en
aquellos tiempos
La calle Catalanes tenía una barbería y un barbero que se llamaba Mora,
aficionado a los toros, le hacían creer que sabía torear. En Motril se
celebraban corridas nocturnas con vacas y toreaban paisanos. Convencieron al
tal Mora para torear y le dijeron que se pusiera delante del chiquero que le
echarían un marrano para que la gente se riera; él lo hizo, pero tal fue la
sorpresa que se abrió la puerta del chiquero y salió una vaca con unos cuernos
grandísimos, la vaca lo revolcó, lo dejó
encueros y entonces fue la risa, aunque para él no fue así, cosas de
motrileños.
Que bonico está
mi pueblo
con sus fiestas patronales
que bonicas son las fiestas,
todo el pueblo las añora
pues llega cada año
el Día de la Patrona.
con sus fiestas patronales
que bonicas son las fiestas,
todo el pueblo las añora
pues llega cada año
el Día de la Patrona.
Había un mudo en Motril que era
carretero y se dedicaba a construir carros, además era un buen ciclista,
con la bicicleta hacía lo que quería; pero era presumido. Un domingo por la
tarde con su traje blanco y su bicicleta, cuando más gente había, en el Puerto
existían unos trampalanes que hoy no
están; cogía la bicicleta y motaba a mucha velocidad, al llegar a diez
centímetros del final frenaba y quedaba parada la gente, aplaudiendo. Él se
ponía orgulloso, cuando se cansó puso la bicicleta a un lado y tres o cuatro
amigos le quitaron los tacos de los frenos y le dijeron que ellos no lo habían
visto hacerlo; el mudo, muy animado, cogió la bicicleta montó y hecho a correr,
al frenar no pudo y catapún, de cabeza
al agua con su traje blanco. Si el mudo se entera quién fue lo mata, cosas de
motrileños.
Aquellos tiempos cuando se cortaban
las cañas, las cuadrillas de mujeres, hombres y niños que hacían las faenas que nadie quería hacer. Ver a las mujeres con
todo el cuerpo tapado, solo se le veía los ojos, había una de ellas que solo
repartía agua a los demás, se llamaba la aguadora con su cántaro y jarro de
lata con pinchas en el caño para que nadie pudiera mamar. Pues el agua era lo
único que abundaba, la comida… lo único que abundaba era el buen humor, reír y
cantar era lo suyo. Recuerdo aquellas coplas que decían:
- Cuando las ranas canten al sol,
se pone el capataz de monda que cara pone.
- Tenemos capataz que no lo
merecemos que nos echa con la Luna porque con el Sol nos vemos.
Tampoco se puede olvidar ir a la playa por las mañanas y
poder ver aquellos pescadores curtidos
por el Sol y las brisas marineras; en sus rostros reflejaban el cansancio y
la mala vida que tenía siempre lo mismo. Preparaban sus redes y al agua, con la
esperanza de Dios, unas veces tenían suerte y otras no; pero ellos volvían día
tras día con más o menos suerte, siempre con lo suyo que era pescar.
Un médico de
Motril que era labrador y siempre con su capataz hablaba de las cosas del
campo, un día llegó un enfermo a su consulta y como solo pensaba en las cosas
del campo al enfermo le recetó: “Seis cargas de estiércol”. ¡Era lo que pensaba!
¡Don Manuel Manzano López, maestro! Tuve cuando era niño un maestro
que no podré olvidar, por su constante afán de enseñar a sus discípulos lo que
sabía, unos dicen que era muy malo, yo jamás lo diré pues para mi y mucho más
fue un ejemplo de un ser que nació para enseñar y así lo hizo. Jamás se cansó
de hacer su labor. De aquella escuela salieron muy buenos alumnos que sin tener
carrera desempeñaron grandes puestos de trabajo en la sociedad en que vivimos;
pero llegó la Guerra Civil y este hombre fue detenido y maltratado, obligado a
trabajar en trabajos duros y todos los que fuimos sus alumnos lo veíamos hacer
cosas que él no estaba acostumbrado. Yo por mi parte sufría porque veía en
aquel hombre un ser diferente a los demás, para mí era un “Dios” al que
respetaba. Unos cuantos alumnos empezamos a recoger firmas por si podíamos
salvarle la vida, pero fue imposible, al final lo fusilaron; aquello fue para
mi un mazazo, era un hombre, un honrado profesional, su misión era repartir
cultura, por todo eso los caciques del pueblo no le interesaban, solo querían
analfabetos para ellos poder explotarlos a su antojo, para llevarnos a sus
campos y ponernos delante de un capataz que solo le faltaba pegarnos y a veces también lo hacían.
Los
tiempos de mi niñez eran unos tiempos malos, no conocí más que miseria y más
miseria, aquello no era vivir, creí que la vida era así; hasta
que fui creciendo y me iba dando cuenta que eso no podía ser de esa manera, que
unos tuvieran tanto y otros tampoco. Lo único que queríamos era poder vivir, solo
teníamos el trabajo y mal pagado.
Cuando menos lo pensábamos, por unas
elecciones vino la República y parecía que la vida empezó a mejorar, se pasaron
cuatro años, vino la Guerra Civil y España fue el caos, todo eran odios,
venganzas, abusos de poder, fusilamientos, cárceles; cualquiera era bueno para
pegarte dos hostias y a la cárcel. Pasamos tres años horrorosos, pero cuando
acabó la guerra fue peor. Empezaron a seleccionar a su gusto, este me dijo,
este no me es simpático, unos a la cárcel, otros a fusilarlos; así vivimos unos
años de miedo que para nosotros quedaron. No solo era eso, el hambre que
pasamos mientras otros tiraban la comida y nos tenían trabajando por lo que nos
querían dar y si protestabas te decían: eso es lo que hay…
La
plaza de España donde niños de nueve a diez años acudíamos a pedir trabajo,
allí nos juntábamos cincuenta que por muy bien que marchara la cosa y con
suerte cogían a la mitad, luego nos engañaban, si te decía tres pesetas te
daban dos y no podíamos reclamar nada y si protestabas al día siguiente no te
daban trabajo; entonces te marchabas a hacer lo de diario, que era apedrear
perros por decir algo y a bañarse en nuestras piscinas públicas como era el
puente de Salobreña y el Hoyo del Cenador, la Matraquilla y cosas por el
estilo. A esto le tengo que agregar que los guardias te quitaban la ropa y
nuestras madres tenían que ir a casa del guardia a pedir que se la devolvieran.
Pero yo era un niño que sabía un poco más de la cuenta, porque hay un refrán
que dice que: “Sabe más un necesitado que
cien abogados”. Vivía cerca de la acequia, dejaba la ropa en casa, me ponía
la mano en la pirula y al baño sin miedo a quedarme encueros, pues ya lo
estaba. Era un niño que no sabía leer ni escribir, cuando fui un poco mayor
comprendí que tener cultura era muy importante, entonces en vez de jugar empecé a asistir a la escuela nocturna y lo
que aprendí me sirvió para aprender un oficio que con el saqué a mi familia y
situarla en la vida, por eso pido a todos que tengáis en cuenta que la vida no
pasa dos veces; este que lo dice es un hombre que tiene setenta y un año.
En cada pueblo había un tonto que
causaba la risa de todos, una vez murió
el tonto de turno y Almuñécar nos prestó uno, en aquella época un pueblo no
podía estar sin tonto; ya le pusimos el nombre, cuando veía a un perro lo apedreaba,
le pusimos “mataperros” con un poco
de cada cosa.
Las Semanas Santas de Motril eran
maravillosas, ver la Judea
con aquellas lanzas y picas, aquella seriedad, con su capitán al frente de los
judíos; como marchaban, y cuando Simón se lanzaba desde el balcón. San Juanico
se perdía de la procesión y los niños le decíamos: San Juanico está en la
taberna bebiéndose un pesetero. Allá corrían en su búsqueda. Una vez que la Judea
ensayaba en un local, una vecina denunció que había mucho jaleo y no podían
dormir; vino la Guardia Civil y les dijo que pasaran, un judío le contestó: Que
el capitán de la Guardia Civil no era quién, que ellos también tenían un
capitán que era el único que podía pararlos. Los niños cantábamos: Pica
“Pichabarro” que viene Jesús.
La procesión de San Sebastian era un delirio, todos los niños tirábamos piedras y
tronchas de coles, una vez al cura le partieron la cabeza de una pedrada,
cantábamos coplas como esta:
San Sebastián sin calzones
que lo cambió por piñones,
San Sebastián sin chaleco
que lo cambió por higos secos,
San Sebastián sin camisa
que lo cambió por longaniza.
A la romería a San Cayetano unos iban andando, a patica coja, otros de rodillas,
otras mudas; cualquiera era buena para hacer una manda. Luego allí cada uno
hacía de las suyas, se emborrachaban, se peleaban y lo más bonito es que todos
revueltos hombres y mujeres dormían juntos en la iglesia. A media noche algún
borracho tocaba a una mujer y otro le decía: ¿Qué haces burro a mi mujer? ¡Si
esta es la mía! Y se armaba el lío. Aquello era bonito como todas las cosas de
los motrileños.
En Motril siempre hubo poco acuerdo entre
labradores del campo y labradores de secano, cuando llovía los del campo se
conformaban, lo secaneros decían que llovía poco y así siempre estaban
discutiendo; pero una vez llovió más de la cuenta y salieron las ramblas y por
desgracia un secanero se ahogó, estaba en la rambla de Las Brujas con el
vientre hinchado y pasó un motrileño que era labrador del campo y le tocó el
vientre, y va y le dice: "Por
fin he visto un secanero harto de agua".
Cerca
del mercado había una tienda de
comestibles que se llamaba Romualdo, tenía en la puerta de la calle una
bacalá colgada de muestra, llegó un gracioso con el siete de bastos y se llevó
la bacalá y en su lugar puso el siete de bastos; en ese momento salió el dueño
y le dice: ¿Qué haces ladrón? Y le responde:
“Nada como el siete quita la muestra, eso es lo que hago”.
Aquellos hombres y mujeres que
venían explicando un crimen de una joven deshonrada por un señorito, se ponían
en las plazas o calles con un cártel donde tenían fotos de tal suceso; si era
deshonra o crimen, el hombre con una barita señalaba a la joven deshonrada.
Todas las mujeres se agolpaban y hacían un coro todas con lagrimas en los
ojos que parecían “Magdalenas”, empieza la tragedia señores y señoras esto que
les digo es pura verdad, un señorito engaña a la criada con falsas mentiras,
ella inocente se entrega a él, la deshonra y la abandona; el padre de ella la
hecha de su casa y se ve perdida. (las mujeres que allí estaban lloraban y
lloraban sin parar). Aconsejándole a sus hijas que tuvieran cuidado con los
señoritos y cantaban la canción que decía:
Era
una joven linda y hermosa, era más bella que el Sol de abril, hacía el servicio
de cocinera en comercio de gran postín, el señorito hijo del dueño que de la joven
se enamoró. Siempre jurándole con delirio que la quería de corazón. La joven
que era inocente viendo que tanto le juraba se entregó a sus pretensiones y
después de deshonrarla la deja abandonada; la joven está medio loca, quiere
vengarse de su dolor. Él la cita con una carta, a la cita pronto acudió, el
señorito que se creía que iba a pasar un rato de amor, ella sacó un cuchillo y
en su pecho se lo clavó. La joven marchó a presidio por el delito que cometió
pero estando en el calabozo ella cantaba esta canción: Muchachas que me
escucháis nos os dejéis engañar que el lujo trae muchos casos y yo misma por el
lujo mirad donde fui a parar, cumpliendo condena ya.
Mi madre y mis vecinas no sabían
leer y yo tenía que leerles cada día las canciones a todas las vecinas.
Ni Málaga, ni
Granada,
Barcelona o Madrid,
no tienen tanta importancia
como para mí Motril.
Me llenan sus costumbres
me llena su verde campo
será por esos detalles
que la quiero
tanto
Que
envidia ser de un pueblo, sientes
nostalgia, en el viviste tu niñez de la
que tienes tantos recuerdos; no se si será envidia de no estar allí entre
ellos. Al cabo del tiempo vuelvo pretendiendo recordar lo más viejo que hay en
mí, mi tierra, mi infancia, ¿Que me queda de mi pueblo?
A aquellos pueblos que se han modernizado de
forma rápida, llegó todo sin esperarlo. Las calles pavimentadas, iluminación,
coches en las aceras, semáforos, las fuentes públicas, eliminaron los
abrevaderos del ganado. Total que aquel ya no es mi pueblo, que me lo han cambiado
por fortuna, para bien de sus ocupantes que hoy disponen de hijos que nunca
llegaron a soñar que tendríamos de todo: consultorios, médicos, revistas… y sobre
todo no verse aislado de la civilización.
He tenido la tentación en algún viaje de los
que hago, contemplar lo que fue y lo que es mi pueblo: bonito, moderno… Cosa
que me alegra por el bien de todos mis paisanos y sin embargo aquel pueblo de
chavales marco con toda probabilidad a unas cuantas generaciones, las de
aquellos que hoy apenas nos atrevemos a asomarnos de vez en cuando temerosos de
que ni nos acordemos del nombre de quienes fueron al colegio. Sus calles
cambiaron de nombre, sus moradores cambiaron de costumbres, para mi es una
alegría que comparto con ellos. Todo lo que sea mejor es importante, aquellas
costumbres ya son historia, ¡Por el bien de todos!